ADVERTENCIA: Este artículo puede herir su sensibilidad. Especialmente, le recomendamos se abstenga de leerlo si ha sufrido un aborto espontáneo o provocado.
Lo que se describe a continuación está referido en revistas
científicas y firmado por los propios autores de los experimentos. Se trata de científicos de todo el mundo y de revistas de elevado prestigio en el ámbito
de la Medicina. Las
fuentes son fácilmente comprobables por cualquier profesional.
En algunos de estos textos se habla del uso experimental de fetos vivos
procedentes de abortos provocados. Hay ya numerosos casos de personas que han
sobrevivido a un aborto, rescatados por enfermeras. Pero, normalmente, durante
el aborto se utiliza algún procedimiento para matar al feto y así evitar extraerlo vivo, bien sea la inyección a través del abdomen de la madre de una solución de
cloruro potásico que para el corazón del bebé, la instilación de solución
salina concentrada en el líquido amniótico que al ser tragada produce quemadura
osmótica, clavar un punzón en la base del cráneo en el aborto por nacimiento
parcial cuando ya sólo resta por salir la cabecita, o el descuartizamiento
intrauterino en el caso de los bebés con menos tiempo de gestación. En otros
casos, el propio trabajo de parto mata al bebé, aún inmaduro, o bien éste muere
posteriormente en la bolsa de desechos, a veces tapado por la placenta. Para
que pudieran ser usados en experimentos, nada de esto se hacía, sino que se
extraía vivos a los niños “abortados” y se utilizaban en el laboratorio, como
cobayas humanos. En algunos casos, se extraían por cesárea con el fin de
obtenerles vivos en mejor estado.
Los primeros experimentos con
fetos vivos
En 1954, Enhörning y Westin publican un artículo cuyo título es: “Estudios experimentales del feto humano en asfixia prolongada”.
Lo hacen en la revista Acta Physiologica Scandinava. Según describen ,
utilizaron 14 fetos vivos de 2 a
8 meses de gestación, procedentes de abortos provocados, para inyectarles
diversos productos. Registraron su tensión arterial, electrocardiograma, latido
del corazón, jadeos y contracciones de los miembros hasta que murieron.
Westin y sus colaboradores desarrollaron otro experimento con fetos
vivos procedentes de abortos, que sobrevivieron entre 5 y 12 horas. Se registraron
sus movimientos de cabeza, tronco y extremidades, y se grabaron en una película
en color que se podía ver en una institución de Estocolmo. Publicaron los
resultados en la revista Acta Pediatrica en 1958.
Kullander y Sunden escribieron otro artículo en el que se estudió la
resistencia de 42 fetos vivos procedentes de abortos, hasta su muerte por
asfixia, que se producía unas tres horas después. Se comprobó que
sumergiéndoles en suero a 4ºC
y calentándoles luego a 37ºC
sobrevivían unas dos horas más. El experimento fue publicado en el Journal of
Endocrinology en 1961.
Los experimentos del Dr. Goodlin
A principios de los años 60, el Dr. Goodlin se propuso estudiar si los fetos de 2 a 6 meses de gestación podían
respirar a través de la piel. Para ello, sumergieron 15 fetos aún vivos,
procedentes de abortos provocados, en cámaras de inmersión. Aumentaron la
presión a 17 atmósferas (equivalente a la que se encuentra a 160 m de profundidad) para
forzar el paso de gases a través de la piel. Al cabo de 11 horas, se procedía a
la descompresión y se comprobaba si seguían vivos, observando si el cordón
umbilical y el corazón seguían latiendo. Para asegurarse, rajaban el tórax y
observaban directamente el corazón. Si seguía latiendo, continuaban el
experimento con otras 11 horas de “inmersión”. Ninguno sobrevivió a la tercera
inmersión, según los autores. El que más resistió vivió 23 horas. En un caso,
se extrajo sangre directamente del corazón de un feto que sobrevivió a la
primara inmersión, mientras latía a sólo 20 pulsaciones/minuto. El artículo se
publicó en el American Journal of Obstetrics and Gynaecology, en 1963.
Cuatro años más tarde, en 1967,
un equipo investigador utilizó ocho fetos vivos, procedentes de abortos
provocados por cesárea, para experimentar un mecanismo de circulación
artificial de la sangre. Se les medía la frecuencia respiratoria, el pulso y la
presión, y se les tomaba muestras de sangre periódicamente. También se
observaba en efecto de enfriarles y calentarles sobre la actividad del corazón.
Los más pequeños eran los que antes morían; tardaban 90 minutos. El más grande
fue el que sobrevivió más tiempo. Era un niño de 980 gramos ; la madre
tenía 14 años y estaba embarazada de 6 meses, según el artículo. El niño extendía
a veces los brazos y las piernas y daba boqueadas cada vez más frecuentes. Al
principio eran dos por minuto, y al final unas 8-10 por minuto. Fueron 5 horas
y 8 minutos de vida fuera del seno materno. El experimento fue publicado en la prestigiosa revista de la Asociación Médica Americana (JAMA) y en el American Journal of Obstetrics and Gynaecology, y
recibió un premio de la Asociación Americana
de Ginecólogos y Obstretras, en cuyo congreso anual fue presentado. El artículo
incluye una foto de uno de los niños durante el experimento (ver figura).
Experimentos posteriores
Ante la aceptación de algunas revistas norteamericanas, europeas y
japonesas, experimentos como estos continuaron llevándose a cabo. Algunos han
utilizado como conejillos de Indias a las propias embarazadas. Adam y sus
colaboradores, en el Hospital de Helsinki, inyectaron insulina preparada por BJ
Green, del laboratorio Abbott, a 23 embarazadas de 3-4 meses de gestación. Para
el estudio se eligió a embarazadas que iban a abortar, ya que la insulina hace
descender en la sangre la glucosa de que se alimenta el feto. Presentaron sus
datos en la revista “Diabetes”. El mismo equipo publicó en 1972 un artículo
similar, pero esta vez usando otra sustancia, el glucagón, que hace aumentar el
nivel de glucosa en sangre. Se administró en esta ocasión a 10 embarazadas. De
nuevo se agradece la colaboración del laboratorio Abbott. Años después,
utilizaron 12 cabezas de abortos entre tres y cinco meses de gestación para
estudiar el metabolismo del cerebro.
Kim y Felig, de la
Universidad de Yale, observaron los efectos de someter a 18
embarazadas con 4-5 meses de gestación a un ayuno prolongado durante 4 días
seguidos. Recibieron tres becas para la investigación, que fue presentada a dos
congresos, uno de Pediatría y otro de Ginecología. En Japón se vacunó a mujeres
que iban abortar con vacuna de rubeola de virus vivos, para comprobar si el
virus pasaba a los fetos.
En las últimas décadas, se ha desarrollado el comercio de fetos y
órganos procedentes del aborto provocado, con fines de experimentación. En
algunos casos, los órganos estaban disponibles bajo pedido. Algunas empresas
ofrecían sus servicios de órganos “a la carta”, con garantía de facilitar las
piezas con el máximo grado de frescura. Diversos grupos investigadores se han
quejado de que el aborto por envenenamiento salino provocaba la “maceración” de
los órganos, quedando inservibles. En cambio, otros se quejaban de que el
aborto por dilatación y curetaje, que dilata el cuello del útero y corta al
feto “in vivo” extrayéndolo a pedazos, dañaba los órganos y los dejaba inútiles
para la experimentación.
Finalmente, se ha puesto de manifiesto un tráfico de restos abortos para
uso en industrias cosméticas y otras, así como la extracción cuidadosa de
órganos y su comercio para el trasplante. Toda la información previa puede ampliarse en el artículo “Experimentación fetal, trasplantes, cosmética y su
relación con el aborto provocado”, publicado por el Dr. Redondo* en Cuadernos deBioética 2012, 695-733.
Conclusión
* Agradecemos al Dr. Redondo la revisión de este texto.
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